Cada domingo vomito la resaca de palabras en el estómago, la fiesta de silencios que me pego es tan desenfrenada que mi organismo no soporta el revoltijo y escupe las frases enteras y sin digerir; cada acento mal colocado revienta un capilar y cada vocal compartida endurece los abdominales hasta contraerme y doblarme por la mitad. Por desfallecimiento acabo durmiendo en los lavabos de los peores y más bajos bares de mi catatónica ciudad, esos en los que suena un jazz rebajado en hielo picado y zumo de melocotón, los de las luces explosivas e intimidantes, donde las camareras tiran más que dos carretas y menos que una bicicleta de cuatro ruedas, si, aquí la lentitud neuronal también cuenta. El mundo no acostumbra a decorar sus balcones, no lija sus tacones de aguja ni cose sus botones colgantes; la vida está tan acomodada como tú, y no mueve ficha por miedo a salir corriendo y perder su cómoda repleta de harapos y despojos, de anécdotas y recuerdos mal dibujados. Tu mundo está cargado de canciones a cappella en una voz tuberculosa, eres monotemático intrínsecamente y yo me canso de componer melodías a piano para tu corazón arrítmico y aburrido de latir por no morir agonizando entre aguijones de goma espuma, hoy me lastima que solo aguardes en las líneas de mi portátil, me incomoda buscar sinónimos y trazar bocetos a carboncillo barato. Me jode mi catarsis personal pero aún me fastidia más que seas tú quien la provoques. Estoy molesta y lo estoy por todo, por cada uno de tus movimientos y por convertirte en la piedra angular de nada y convencer a mí conciencia de que lo eres de todo; estoy harta de que tus patines de hielo rasguen la pista de mi pecho sin temor a la profundidad de sus cuchillas, de tu uniforme laboral estipulado y de catalogo, del motor cardiovascular suturado con puntos de hiedra y miel, de tus manos de trapo con uñas que se agarran como las de gato. Hoy me acribillo a miradas asesinas frente al espejo y extraño la canela de tus manos, recuerdo el afrodisíaco de tus nudillos sobre mi espalda y el frío de tus pestañas sobre mi costado. Y ahí estás, así aguardas. Y todo es una maraña de seda y esparto dispuesta a no dejarse desenredar y a fundirse en mi cama, alejados de sábanas y noches de fines de semana. Sin convencionalismos, hoy recuerdo mis bailes a las tantas de la madrugada, mis giros por las aceras alumbradas con farolas hipotérmicas, mis pies descalzos y mis manos sujetas a las tuyas; recuerdo el sin temor de comerme el mundo con las manos y a lo guarro, y el respaldo de una segunda boca dispuesta a acompañarme aún sabiendo que algunos momentos sabrían a regaliz y a manzanas con Nutella. Sin temor. Sin temor el mundo me baila un tango en la palma de la mano y repiquetea su ritmo en mi coraza, me cuartea, estalla mis candados y me inyecta heroína en la vena de los sueños a medio hacer.
¿Sabias tú que todos los días tienen los bordes afilados como una lata de atún?
Me quito el sombrero.
ResponderEliminarSin dilación.
Me tienes enganchado al cuadradado.
Já...otro yonqui. :)
ResponderEliminarMmmmm...si, creo que lo sabía...y además, yo quiero que todo vuelva a ser sabor Nutella y hay un algo o alguien que no me deja y lo torna regaliz.