martes, 27 de octubre de 2009

Pensamiento 257.


Últimamente todas las canciones son demasiado tristes, las notas están abatidas de chocar contra mis altavoces y no llegar más allá de la montura de mis gafas; los días desmedidamente breves, por mucho que se empeñen en sacarle rayos al sol; el sol excesivamente inquietante y las noches descomunalmente eternas. Todo me viene grande. No es un cambio de estación, ni siquiera de termómetro anímico, no es nada en especial pero es todo en general. Lo malo de esto es no poder echarle la culpa a algo, a las nubes, al teléfono móvil, al vecino o al ladrido del perro. No aprendí a descargar estas situaciones, en la escuela se empeñaron a regañadientes en enseñarme a dividir con tres cifras pero jamás me dijeron qué hacer cuando uno no se sabe consigo mismo. Para esas cosas no hay maestros, ni libros, ni diapositivas ni fichas que colorear; parece ser que para esto solo existe la modalidad autodidacta de "sacarse las castañas del fuego sin salir muy churrascado". Malditos y estipulados conocimientos obligatorios. Si arranco querrá decir que ya no echaré los frenos, ni vistas más atrás de la esquina de casa, ni manos lejanas que casi se tocan, ni palabras en desuso con desgaste en los puntos de las ies, ni ganas de correr pisando barrizales ni todo lo que pueda recordarme mínimamente a algo que se merece un olvido de o a o. Y podré enfadarme, y darme de golpes tanto como quiera, sin que nadie me llame masoca o chica poco práctica, por mucho que goce. Podré estallar cuando quiera, y para ese entonces ya no querré que me abracen. Y si lo hacen desearé que me suelten cuanto antes, que me dejen marcharme sin hacer mucho ruido…porque trueno por dentro, pero nací insonorizada.

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