Si, tienes razón, la vida sería tremendamente imposible si todo se recordase al pie de la l-e-t-r-a. El secreto, al parecer, está en saber elegir lo que debe olvidarse, aquello de lo que hay que pasar página sin mirar atrás y con carrerilla, lo que pesa más de lo que debería y se pavonea de que así sea. Lo que llena la mochila en nuestra espalda y nos clava las correas a mansalva. Eso, eso se llama mierda emocional; y yo, que suelo tener tendencia al coleccionismo desmedido, tengo un nombre: Diógenes emocional. Y es así, así de cíclico. Así de injusto y así de adorable. Así de jodido y así de entrañable. Así de memorable y así de olvidadizo. Así de bipolar y así de frío. La gente se compadece, te mira por dentro con lupa y se calza al abrigo pensando que estás perdida entre tanto flash back interno y que no tienes solución alguna en este mundo de titanes y cirugía estética emocional. Lo mejor de todo es aguardar. Lo mejor de todo es no arrepentirse y tocar los recuerdos con guantes de terciopelo, por si se rallan o estropean. Quizás uno pueda pensar que con veinte años los recuerdos son escasos, y que con cincuenta (que no lo dudo) serán muchos más, más bellos y más dolorosos. De comparaciones hablo. Pero lo cierto es que por desgracia, y le miro a los ojos a esa palabra, hace algún tiempo pasé por una pérdida de las que te llegan a empujones por las escaleras, de las que vienen con el café de la tarde y sin previo aviso. De ese día solo recuerdo la tila en taza blanca, el sofá con fundas blancas, mucha gente que sobraba y mucha soledad sudada. Ese día me sobraban hasta los ojos y la identidad. Los flash backs de ese momento suelen reiterarse cada vez que escucho o veo determinadas cosas que en un pasado fueron compartidas; y ojo como me pille la soledad en un callejón sin salida... que me desvalija por dentro y me desempolva los recuerdos al vacío. Esos que aún duelen más, esos que aún se olvidan menos. Pero ese es otro tema y para ese aún no estoy remendada para escribirlo a mis anchas; así que dejemoslo. Esos recuerdos no son malas hierbas, ¿sabes que creo que constituyen? Las canas del corazón. Y si las arrancas te salen tres más, ya sabes la leyenda PeterPanesca... y si las tiñes quedas de bote, y tonta.
Hoy tengo tu recuerdo, que vale más que tú. Y sin embargo, volteo la cabeza, miro mi mochila y me digo "¡Que bien! En el bolsillo interior aún me queda sitio".
"Sitio para qué", podrás preguntarte.
Sitio para vivir dos veces.
Yo es que soy muy Clooneyana, a mi las canas me ponen.