Matar, pero no para quien piensa que solo se logra con el disparo de una bala, que solo se alcanza a machete limpio o a golpes de puño. Matar a copas con alcohol de quemar dolores, matar a sorbos de veneno y saliva de celos, matar a mordiscos y a besos prescritos, matar ahogando el cuello o matar dando demasiado aire a los pulmones. Joder, como duele morirse. Matar siendo consciente de que destruyes, matar siendo un gigante con suelas de acero y colillas de ciudad, matar rajando la piel con las uñas hasta dejarla hecha jirones, matar dando de lado las madrugadas de vino y ausentando las miradas que nos dimos en los trenes, matar sin perderse entre las sábanas dónde no había otras vidas que las nuestras, matar con un “buenos días” que no volverá nunca más. Matar olvidando ropa en otros armarios demasiado huecos y podridos, matar deseando sin poder ansiar, matar sin despertares de libertad, matar censurando las acciones, matar a bofetones de palabras con espinas, matar a fin de cuentas. Matar olvidando. Morirse recordando. Pensé el montón de veces que me habían matado, y debo de tener más de siete vidas, debo de tener muchas muchas más, y no lo sabía. Estoy formada por incongruencias varias, algunas muy bonitas, con sus tacones y demás; otras viejas y despeinadas…bellas igualmente, para que engañarnos puestos a estallar en pedazos. Cuando sea mayor, pero mayor mayor, quiero sentarme frente al mar y escribir todo lo que no me atreví a hacer a lo largo de mi vida, quiero amar a quien nunca lo supo y descartar al que jamás debió de formar parte de mí, cerraré los ojos con fuerza y anotaré en la arena una media de 13689 muertes como las citadas anteriormente… y quedaré tan hueca como una cáscara de nuez. No habrán muchas, ni demasiadas, porque “mucho” y “demasiado” siempre es un tremendo error.
También es cierto que yo he sido una asesina. Pero eso es otra historia... ¿Que porcentaje de victima y asesina debo tener?. Lo pensaré otro día, con más sol y menos luna.